
De cómo es imposible salir ni olvidarse del mundo narrativo de Dioni Arroyo.
Una tarde de finales del pasado otoño llegó Dioni Arroyo a mi casa y, tras llamar insistentemente al portero automático, le abrí. Yo creía que ante tantas repetidas llamadas había ocurrido algo grave, o que necesitaba mi ayuda para algún asunto, y hasta me dio por fantasear con que algún personaje mecánico o transhumano de algunas de sus novelas se hubiera pasado a este lado de la realidad y le estuviera persiguiendo y necesitaba un refugio. Pero no. Se trataba de otra cosa. De un asunto maravilloso. Con su natural vocación y pasión por su oficio de escritor –vive la literatura al cien por cien, respira literatura por todos sus poros–, me explicó que acababa de terminar una nueva novela de ciencia ficción, cuyo origen había sido un sueño desasosegante en el que aparecía un mar inmenso y cuyas aguas flotaban unas algas terribles que borraban la memoria de aquellos a quienes se acercaban, y que quería que la leyese cuanto antes porque no solo deseaba saber mi opinión, sino que además quería –“sería todo un lujo y un honor”, dijo– que le hiciese el prólogo. Y así sacó resoplando el manuscrito que traía bajo el brazo y me lo entregó decidido y esperanzado. Leí el título: Un Mundo para el Olvido. “Buen título”, le dije.
Le hice pasar a la cocina a beber un poco de agua, y tras beberse media botella de un trago, me dijo que se tenía que ir, que tenía muchas cosas que hacer, y que lo leyese cuanto antes, por favor. “Me muero por saber lo que opinas de esta nueva historia, tío”. Y se marchó corriendo. No pude decirle nada más.
Me quedé en la cocina revisando el manuscrito un buen rato. 156 páginas. Novela corta dirían algunos. Yo lo llamo novela. Para mí 150 ya es una novela. Y con 125, también. Este asunto no deja de ser todo un debate. Eran casi las ocho de la tarde y dejé la novela sobre la mesa del despacho; comenzaría a leerla por la noche, con más calma y sosiego, que es cuando leo y escribo con mayor comodidad y concentración, y además es que tenía que salir a hacer unas gestiones. Me cambié de ropa y salí a la calle.
Pero mientras estuve fuera, no dejé de pensar ni un momento en ese manuscrito. Todas las novelas de Dioni –y ya son nueve con esta– me habían gustado una barbaridad, y me habían atrapado desde las primeras líneas hasta la última frase; y he tenido noches que he estado sin pegar ojo absorbido por una trama y una atmósfera que me han tenido atrapado hasta la palabra fin. Cuando acabé todo, volví deprisa a mi piso. Me puse ropa cómoda y cené un buen trozo de tortilla de patata y un cornete de fresa, y me senté en el sillón del despacho a comenzar la lectura con la idea de leer un par de horas y seguir al día siguiente. Recuerdo que también pensé que quizá en esta ocasión el bueno de Dioni no llegara a entusiasmarme con esta nueva novela, porque no siempre se puede acertar, es lógico y comprensible, y porque alcanzar la altura de sus anteriores novelas –Fracasamos al soñar, Fractura, El Sabor de tu Sangre, La Maquilladora de Cadáveres, etcétera– es un asunto difícil. El camino de la literatura es largo y pedregoso, se trata de una carrera de fondo que admite diferentes resultados.
Iluso de mí. Muy iluso. Aquella idea de estar solo un par de horitas sentado en el sillón con aquel manuscrito, resultó muy inocente. Y es que creo que tengo un problema con los libros de Dioni. Todo un problema. Fue empezar aquellas hojas pasadas las once de la noche y no poder soltarlas hasta casi las siete de la mañana… Lo leí de un tirón. Solo me levanté para ir al servicio y para cambiar el sillón por la cama, en la que me eché para estar un poco más cómodo y allí terminé esta historia distópica que contiene todos los elementos que un lector exigente reclama: acción, aventuras, intriga, amor, ternura, romanticismo, y reflexión y crítica sobre lo que nos rodea y en lo que podemos acabar, y con un final sorprendente que cierra la historia de una forma maestra.
Al día siguiente le llamé por teléfono. “Hola, ¿cómo estás, Dioni?”. “Hola, Jorge, muy bien”, me contestó. “He leído Un Mundo para el Olvido…”, le dije. “¿Ya? ¡Qué rápido!”. “Sí. Debo decirte que no me ha gustado…”, dije sonriendo. “Vaya. Puede pasar…”, me contestó decepcionado. Entonces me reí a carcajadas. “¿Por qué sonríes?”, preguntó. “No me hagas caso, era broma. Tendrás tu prólogo cuanto antes. Me ha gustado más que las anteriores; ¡y ya es difícil…!”, y resopló aliviado tras el teléfono.
Y no le mentía. Un Mundo para el Olvido, editada por el sello madrileño Nowevolution, ha pasado a ser una de sus novelas que más me gustan. Es un libro redondo, de uno de los escritores de referencia del panorama literario actual, y no solo del género de la ciencia ficción. No le sobra ni le falta nada. Es un prodigio de estructura y composición, con unos personajes llenos de profundidad que luchan contra una realidad alienante y terrible que quiere desposeerles de su esencia más humana. Cuenta la historia de Álex, un joven funcionario de prisiones, que viaja a un planeta acuático para trabajar en una prisión, y en el que residen unas algas peligrosas que son capaces de hacer olvidar todos los recuerdos de todos aquellos a quienes “cazan”. Es un relato valiente, tan sencillo y sobrio como lleno de profundidad y emoción, muy cinematográfico también, con la mirada humanista que tanto define al autor, escrito con el pulso de alguien que domina completamente su oficio, sin mostrar dudas –dudar en literatura es fracasar, decía Jardiel Poncela–, y que tal vez esté en el mejor momento de su carrera como escritor. Tantos años leyendo y escribiendo, trabajando la palabra, le ha valido al vallisoletano Dioni Arroyo (1971) a entregar una novela que sacia las expectativas de todo tipo de lectores, y no solo de los seguidores de este tipo de literatura de ciencia ficción. Porque los grandes escritores, como dice el crítico Ángel Basanta, traspasan siempre los límites del género en el que inscriben su argumento y crean historias que reflejan e intentar explicar la esencia y las contradicciones de la naturaleza humana.
Un Mundo para el Olvido no solo es la obra de un escritor cuajado –del que aprendo constantemente–, también es el libro, una vez más –y eso se nota–, de una buena persona, de buen corazón, de la que además tengo la suerte de ser su compañero y de la que disfruto de su amistad. Me ha dicho que le ha gustado el prólogo que le escribí y que lleva por título “Los Sueños que se convierten en Historias; las Historias que los lectores sueñan leer”. Solo puedo decir que lo hice intentando estar a la altura de la novela. De una novela a la que ningún alga maligna, ni ningún otro asunto, puede borrar alguna de sus páginas ni lo que provoca en los lectores.
Ya dije antes que tengo un problema con las novelas de Dioni. Un problema que me hace no poder soltar sus libros y que logran que no duerma en toda la noche. Que este problema dure muchos años. Por muchos años. Aunque al día siguiente me muera de sueño.
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