La técnica Alexander es un método de corrección postural basado en la recuperación de la armonía natural del movimiento, que permite tomar conciencia de la postura liberándonos de tensiones musculares y articulares, como las que provocan el dolor de espalda.
La trayectoria vital de cada uno hace que a lo largo de los años se vaya cargando de preocupaciones, tensiones y malos hábitos posturales que, entre otras cosas, van interfiriendo en el movimiento natural del cuerpo, alejándonos del movimiento espontáneo e instintivo que teníamos en nuestra infancia. Los adultos controlan sus acciones y reacciones, pero bajo este aparente dominio, también van perdiendo soltura corporal y acumulando tensiones. Todo ello configura un patrón de conducta que, de forma inconsciente, se va incorporando a la personalidad junto con el padecimiento de contracturas, dolores musculares, tensiones, etc. como si fuese algo normal en nuestras vidas que no podemos evitar.
Ya incluso desde muy pequeños los niños se ven sometidos a acatar insanas posturas al tener que adaptarse a pupitres inadecuados, tener que cargar con pesados libros en las mochilas escolares (que además muchos cargan sobre un solo hombro), pantallas de ordenador mal orientadas, posturas poco saludables frente a los videojuegos, etc. Estas malas posturas iniciadas desde la niñez y sumadas a lo largo de los años, terminan produciendo un desequilibrio importante en nuestro organismo, generando tensiones, dolores de espalda y cuello, contracturas y auténticas lesiones.
La técnica Alexander nos conecta con el equilibrio de nuestro cuerpo
F.M. Alexander, actor australiano, desarrolló a finales del siglo XIX una técnica que demuestra que no son los años, sino el mal uso que hacemos del cuerpo, la causa de muchos de nuestros males. Descubrió que su voz se fatigaba e incluso llegaba a perderla durante sus representaciones teatrales, porque adoptaba pautas de movimiento erróneas. En su caso, antes de hablar, empujaba la cabeza hacia atrás y hacia abajo, arqueaba la espalda y tensaba brazos y piernas. Los músculos de la garganta se constreñían y acababa agotado y afónico. Tras aprender por sí mismo a inhibir estas reacciones restrictivas y comprobar que la corrección de su postura hacía desaparecer las tensiones que le dificultaban el habla, siguió profundizando en esta técnica que lleva su nombre.
La técnica Alexander es por tanto un método que enseña a desarrollar la auto-observación y nos impulsa a detectar cómo pensamos y nos movemos en nuestras actividades cotidianas para poder así detectar y corregir nuestras malas posturas y hábitos de movimiento, adoptando movimientos apropiados y saludables.
La enseñanza de la técnica Alexander mediante la corrección postural
La técnica Alexander es más una enseñanza de corrección postural que una terapia, por lo que quienes la imparten se consideran sobre todo profesores, más que terapeutas. El aprendizaje consiste en evolucionar para detectar qué es lo que hacemos mal o hacemos de más para dejar de hacerlo. El profesor observa y palpa detenidamente dónde se producen los desequilibrios musculares, haciendo ver al alumno que es él mismo quien se está provocando el dolor o la contractura muscular, enseñándole cómo evitarla.
Es una forma de escuchar e interpretar el lenguaje corporal. Poco a poco se va iniciando al alumno en el proceso consciente de dejar de hacer aquello que interfiere en el buen funcionamiento del organismo, para así llegar a interiorizarlo como un hábito, al igual que cuando éramos niños asumíamos exactamente lo contrario.
Primeros pasos: pensar diferente para moverse diferente
La técnica Alexander enseña a controlar la relación dinámica que se da entre la cabeza, el cuello y la espalda. Por ejemplo, el acto innato de levantar los hombros y encoger la cabeza se instaura en nuestra conciencia durante la infancia y lo repetimos en cada movimiento, incluso en la simple acción de sentarnos y levantarnos de una silla. La clave reside en este caso en dejar el cuello relajado, mantener la espalda atrás y la cabeza arriba y hacia adelante, dirigiendo los movimientos con el pensamiento antes de pasar a la acción.
Uno de los ejercicios básicos de esta técnica consiste en tumbarse sobre una superficie dura durante unos 10 ó 15 minutos al día con las rodillas dobladas, los brazos apoyados en el suelo, las palmas sobre el abdomen y unos libros debajo de la cabeza (sin forzar el cuello). Los pasos a seguir en este ejercicio serían los siguientes:
- El peso debe recaer en tres puntos: los omóplatos, el arco trasero de la pelvis situado justo debajo de la cintura, y en los pies (zona del talón y base de los dedos).
- Hay que relajar los músculos del cuello e imaginar que la cabeza se va alejando del tronco arrastrando con ella toda la columna.
- A continuación, ir visualizando el estiramiento de la columna vertebral. Así poco a poco la espalda irá tomando mayor contacto con la superficie sobre la que se apoya, tendiendo a desaparecer el arco lumbar.
- Las rodillas se dirigen mentalmente hacia el techo, de forma que se nota un alargamiento del muslo, desde la cadera hasta la rodilla.
- Al final de este ejercicio se percibe una sensación de ingravidez, de relajación y de bienestar general.
Cuando uno aprende a escuchar a su cuerpo y a reconocer los movimientos y posturas viciadas adquiridas a lo largo de los años, el resultado es el control de la propia postura, la supresión de las tensiones innecesarias, una movilidad más fluida y eficiente, y también una respiración más profunda y funcional. Esta reestructuración del equilibrio general del cuerpo impacta en última instancia en la mejora global de la salud, tanto a nivel físico como emocional.