Arthur Schopenhauer (1788-1860), filósofo alemán, consideraba la voluntad como una fuerza vital negativa que es preciso superar para poder escapar del sufrimiento y hacer algo con la existencia propia. Como vías para lograrlo Schopenhauer propuso trascender el yo, ya sea cultivando un estilo de vida ascético para así mantenerse alejado de los ciegos impulsos de la voluntad, lo carnal y el deseo; o bien experimentar la singular naturaleza del arte.
La condición natural de la mente
La mente tiene su estado más propio, más natural, en el razonamiento, explica Schopenhauer. Es en el análisis, en la continua evaluación, cuando la mente despliega al máximo sus facultades. Además, es factible emplear todo el potencial de la mente en el instante presente. Cuando admiramos un paisaje, ejemplifica este pensador alemán, podemos abandonarnos en esa contemplación: nos perdemos en tal objeto y así dejamos atrás nuestra individualidad, superamos la voluntad y experimentamos nuestro ser como puro sujeto, como un diáfano espejo de ese objeto. Es cuando lo percibido y el que percibe son uno y lo mismo: la belleza del paisaje se encarna en quien lo contempla.
La dinámica del contemplador
En este acontecimiento, de acuerdo a Schopenhauer, no queda solamente un objeto que aparece con respecto a otros, sino más bien la idea de ese elemento de la realidad, su forma inalterable y permanente. El contemplador, fascinado al admirar un objeto, deja de lado su individualidad y se unifica con la idea que representa ese objeto. Es cuando súbitamente la realidad se torna llena de sentido y plena, puesto que se han superado las apariencias del mundo y se han captado por fin las esencias de las cosas. Es así como Schopenhauer ve en el arte una vía para aislar una idea y al exponerla de una cierta manera, consigue hacer patente el Todo, aquello puro y eterno que está allende la casualidad o la simple razón.
Las limitaciones de la ciencia y la genialidad
Por otra parte la ciencia y sus métodos, afirma este filósofo teutón, por ocuparse exclusivamente de la realidad material, los fenómenos del mundo, se abocan a una búsqueda sin final, incapaz de satisfacernos nunca, intelectual y vitalmente, al cien por ciento. En este punto Schopenhauer se ocupa de definir la genialidad como la valiosa facultad de permanecer en un estado de pura percepción, capaz de hacernos olvidar el yo individual y tener la imaginación activa, admirando las ideas eternas que definen el cosmos.
La compasión, la sabiduría y la libertad
Cuando a final de cuentas volvemos a la realidad del yo individual, explica Schopenhauer, tenemos una mejor comprensión de los seres vivos. Este más profundo conocimiento, inédita empatía, hacia los demás, es una manera de posicionarse lejos de los alcances de la voluntad, la ciega irracionalidad que impulsa al ser entero, el ámbito del ego, porque una existencia decantada hacia la compasión nos hace dejar de preocuparnos de nosotros mismos y tener una experiencia, breve pero valiosa, de pura libertad.