
Publio Cepa de La Rabina es un labrador y agrónomo que creció en Aranda de Duero y ha dedicado gran parte de su vida al medio rural. Hoy nos presenta la novela “Tierra de Tiza”, su cuarta obra literaria, con la que envuelve al lector en una realidad que se respira a pie de calle: la vida en el pueblo.
“Tierra de Tiza” es el reflejo de una sociedad que vive anclada en raíles del pasado que dominan hoy la vida en los pueblos.
¿Por qué nos resistimos a “abrazar el cambio” y dejar atrás el malsano “qué dirán”?.
– Mi novela refleja un continuo cambio de principio a fin, no en balde recorre el mundo rural castellano viejo a lo largo de un siglo. No sólo cambian los utensilios y comodidades caseras y los aperos y formas de labrar la tierra, sino, también, la mentalidad de las personas. Lo que apenas cambia en ella, porque no sería real, es el ambiente comunal de chismorreos, maledicencias, envidias, inquinas y desprecios. Ese ambiente es tanto más acusado cuanto menor es el tamaño de una comunidad, y los pueblos suelen ser pequeños y, por ende, un nido de miserias. En cuanto al “qué dirán”, en el medio rural es, a mi juicio, tanto mayor cuanto superior es el estatus de las personas: en este sentido, es paradigmática la conducta de Las Virtudes, las personas de mayor categoría social de Berlangas, de doña Justa, la madre de Daniel, al enterarse de la boda de su hijo con La Pichona, y de Daniel al conocer las intenciones profesionales de su mujer.
Por cierto, lo de “vive anclada en los raíles del pasado”, expresión que aúna lo marítimo con lo terrestre en la mar de tierra y mies castellana, me parece muy poético.
Marcelina es esa maestra de escuela que sufre en carne propia las consecuencias de una educación antiquísima que, sin embrago, permanece inalterable con el devenir de los años.
¿Son los chismes o la envidia ADN de la sociedad rural?.
– No creo que la educación de Marcelina fuese anticuada para su lugar y su época. Es más, creo que fue bastante avanzada por parte de su padre, que la animaba en sus correrías juveniles, y por el hecho de que fuera enviada a Valladolid a estudiar, donde se liberó del légamo pueblerino de abarca y boina.
La esencia de la sociedad rural en Castilla la Vieja está formada, a mi entender, por tres factores predominantes: el todopoderoso clima, sobre todo en otoño e invierno, que la desampara, la inmensidad de la tierra y el cielo circundantes, que la aísla y achata, y el ambiente de maledicencias y envidias, que la sofoca.
A pesar de este último ambiente que digo, se dan, por supuesto, casos de solidaridad, como cuando La Pichona ayuda desinteresadamente a quienes el pedrisco ha desbaratado la cosecha.
¿Tenemos todos algo de aquella “alcahueta” o “Celestina” de antaño?.
– No me parece que en mi novela haya ningún caso de alcahueteo, a no ser, que no creo, que se considere tercería la invitación de doña Berta a Marcelina para que se acercase a ver a su nieto Pablo.
La vida campestre se nos muestra, a menudo, como ése idílico paraje de tranquilidad en el que encontrar el equilibrio perdido pero, la realidad dista mucho de esta imagen tan poética, que poco o nada tiene que ver con la identidad real de los pueblos.
¿Sigue siendo la “ urbe” la piedra de moler que todo lo tritura e iguala?.
– Eso del idílico paraje que dice es la visión que del mundo rural tienen los habitantes de las ciudades, lejanos y ajenos al campo al que sólo consideran su patio de recreo particular para los fines de semana y festivos, patio de recreo que, piensan, tienen que cuidarles los labradores, a los que consideran sus servidores. La realidad de los pueblos, como ya he dicho antes, es muy otra.
Y, en efecto, creo que la urbe es una piedra de molino que muele la personalidad de sus habitantes convirtiéndola en harina.
Las minuciosas descripciones de esta novela me recuerdan ligeramente a una de las obras del genial García Márquez, en relación a uno de sus protagonistas: Santiago Nasar.
Todos en el pueblo conocían las intenciones de los vecinos… sin embargo, ninguno evitó el desenlace final.
¿Son los pueblos fuentes inagotables de desinformación?.
– Le agradezco que diga que mis descripciones le recuerdan “ligeramente” a las de García Márquez, porque, de no haber sido así, puede que hubiese yo caído en la vanidad y nada más lejos de mí, pobre escritor tardío.
A mi parecer, los pueblos no son fuentes de desinformación por lo que a ellos mismos respecta, sino de amplia y precisa información. En ellos todos saben todo de todos hasta el punto de que el aire se hace irrespirable. Sí son, sin embargo, fuentes de desinformación en relación con los ambientes ciudadanos que les son ajenos y a los que envidian y desean por lo que de ellos ven en televisión.
Recientemente ha iniciado una nueva etapa en su vida que le permite estirar el tiempo unas horas más.
¿ Dedica parte de ese tiempo extra a nuevos retos literarios ?.
– Sí, me he jubilado hace algo más de un año y ahora dedico parte importante de mi tiempo a escribir. Tengo entre manos una nueva novela, “La guadaña”, que, inspirada en hechos reales, transcurre en las retaguardias de la Guerra Civil.