Sus calles huelen a comida, a una mezcla de sabores que se te cuela por la nariz y a la que tardas varios días en aclimatarte. Porque Macao es precisamente eso: un crisol de mil olores donde oriente se encuentra cara a cara con occidente y se le queda mirando sin saber muy bien qué decir
Antigua colonia portuguesa, la ciudad de Macao respira -junto con la vecina Hong Kong- en un limbo administrativo especial que le permite mantener una economía capitalista en la que, entre otras cosas, es legal el juego. Y es que si visitas esta pequeña parte de la costa sur de China, no puedes dejar de entrar -o incluso hospedarte, porque la mayoría son también hoteles- en uno de sus más de 40 casinos, principal atractivo para miles de turistas en todo Asia. De esta manera, cabe destacar el mayor de todos ellos, el laberíntico y sorprendente The Venetian Macau, considerado el segundo más grande del mundo con más de 45000 m2 y que alberga en su interior una réplica de los canales venecianos, con góndolas y supuestos cantantes italianos incluidos. Este monstruo de la arquitectura es tres veces mayor que su hermano pequeño, el Venetian de Las Vegas y está ubicado en la zona de Taipa, una de las tres sub-regiones en las que se divide Macao.
Patrimonio de la Humanidad
Pero Macao es algo más que juego y lujo Chino. Es casi obligatorio recorrer su maravilloso casco histórico, conocido como San Malo, Patrimonio de la Humanidad, cuyo empedrado recuerda a Lisboa y cuyo principal atractivo son las ruinas de San Pablo, una antigua catedral de la que sólo sobrevive la fachada. Desde allí puedes ir caminando por la Fortaleza del Monte, un muro defensivo desde el que disfrutarás de la vegetación más desbordante de la zona y de unas vistas impagables. Recomendado ver un atardecer desde allí.
No obstante, si por el contrario lo que buscas son emociones fuertes de las que roban el aliento, entonces no dudes en visitar la Torre de Macao, un ‘pirulí’ de 338 metros desde el que se puede practicar el ‘SkyJump’, o lo que es lo mismo, el salto al vacío.
Fusión de culturas
Por último, pero no menos interesante, si cruzamos el área de Taipa y sus ruidosos casinos llegamos a la zona más tranquila de Macao: Coloane, una humilde población de callejas estrechas, casas bajas, olor a arenque y playas de aspecto paradisíaco dañadas por la contaminación más salvaje. El baño es desaconsejable, pero recorrer la zona resulta todo un placer para la vista. En Coloane somos testigos, una vez más, de cómo se funden occidente y oriente en cada esquina: es igual de imprescindible comer un típico pastelito portugués en ‘Lord Stow’s’ que visitar el templo chino de Tam Kung. No muy lejos de Coloane se encuentra el ‘Parque Seac Pai Van’ donde, además de toda una serie de flora y fauna espectacular es posible ver a sus estrellas: dos osos pandas gigantes que -si la suerte acompaña- podrás fotografiar comiendo bambú.
Datos útiles
- La moneda es la pataca, pero en casi todos los comercios admiten también el hong kong dólar. 100 hk dólar vienen a equivaler unos diez euros, el cálculo es muy similar en patacas.
- Los taxis son extremadamente baratos, pero si vas a coger uno asegúrate de que lo que le vayas a indicar al taxista sea lo suficientemente claro: no hablan inglés, ni siquiera portugués y tampoco se esforzarán demasiado en entenderte.
- El autobús es sin duda una buena opción: cuentan con una acertada afluencia y te llevarán a todos los puntos de la zona. Además es todavía más barato que los taxis y las paradas son anunciadas en chino y portugués y las verás reflejadas en los paneles dentro de los autobuses.
- El clima es subtropical. Lo que quiere decir humedad. No humedad tal y como la conoces, sino humedad de verdad, con mayúsculas. Evita el verano, porque es la época de los tifones y aunque no hay más de uno o dos al año, si coinciden con tu visita no podrás llegar a Macao (se cancelan todos los transportes).
- El agua, mejor embotellada. Se considera potable, pero ni siquiera los macaenses la beben.
Es difícil resumir los muchos contrastes que ofrece esta región y la mezcla de culturas que está patente a cada paso que se da. Nada como coger dos aviones -uno hasta Munich y otro hasta Hong Kong- y después un ferry hasta Macao (en total unas escasas 20 horas, con jetlag asegurado) para experimentar en la propia piel lo que es pisar Europa en el corazón de Asia.