
Crónica de la Trigésima edición de los premios Goya: Antonia Guzmán, la abuela que no logró el Goya, pero que se ganó nuestro corazón.
Hubo varios momentos emotivos y para recordar de esta trigésima edición de los premios Goya. Una edición que a pesar de los intentos de todos los años de la organización de no resultar larga y cansina, de aligerarla, lo acabó siendo de todas formas, y a pesar de tener un presentador como Dani Rovira que la condujo al igual que el año pasado con gracia e ingenio, y repartiendo pequeñas y certeras críticas y pullas a los políticos que estaban en la sala como el Ministro de Cultura o a los líderes de los partidos que tienen que negociar para que de una vez por todas haya un presidente del gobierno en este país.
Uno de esos momentos destacables, digo, fue el que protagonizó el joven actor Miguel Herrán de la ópera prima de Daniel Guzmán A cambio de nada, una estupenda cinta cuya producción ha durado diez años y que habla de la gente modesta que vive en los barrios pobres de las ciudades, al recoger su Goya como mejor actor revelación. Dio las gracias entre lágrimas al director por salvarle de la nada y por dar “un sentido y una profesión a su vida”. Ante esa confesión el director no pudo tampoco contener el llanto y echó lagrimones como un niño.
Antonia Guzmán fue por momentos la protagonista de la Gala
Tampoco pudo controlar su emoción el bueno de Daniel Guzmán poco después cuando subió al escenario a recoger el Goya al mejor director novel. Un Goya este muy disputado ya que competía con cintas tan destacables como El desconocido, Techo y comida o la comedia de Leticia Dolera Requisitos para ser una persona normal. Guzmán habló de lo difícil que había resultado sacar adelante este proyecto, y dedicó el premio a su abuela Antonia Guzmán, de 93 años, y que aparece en la película y que estaba nominada también al Goya de mejor actriz revelación. “Tú eres mi estrella”, le dijo. “Tú eres quien me ha levantado de las tantas caídas que he tenido”. Una Antonia Guzmán que partía como favorita para llevárselo, pero que una actriz de la saga de los Gutiérrez Caba, Irene Escolar, se lo ganaba por su trabajo en la poco valorada cinta Un otoño sin Berlín, un film que mereció mayor recorrido, pero que desapareció muy pronto de los cines. Irene Escolar es una actriz como la copa de un pino, es una portentosa actriz que dará mucho que hablar -tiene verdadera estrella-, y si no al tiempo.
Otro momento para recordar fue cuando Mariano Ozores entró en el escenario para recoger su Goya de honor. El público le aplaudió durante varios minutos y el hombre se emocionó enormemente. Recordó a sus hermanos Antonio y José Luis, dos actores portentosos, y dio las gracias a todos los otros actores que trabajaron con él, y con los que hizo la friolera cifra de 96 películas destinadas al público con las que ha divertido y sigue divirtiendo a millones de personas. El público era su preocupación, y el público se lo ha recompensado siempre.
Truman triunfó en la trigésima edición de los Goya
Por lo demás, los Goya siguieron la estela de los premios Forqué al premiar a esa pequeña obra maestra llamada Truman con las más importantes estatuillas: el de mejor película, el de mejor guión original, el de mejor director a Cesc Gay, a Ricardo Darín como actor principal, consiguiendo por fin su primer Goya, y a Javier Cámara como mejor actor de reparto en su séptima nominación, y ganándoselo al mismísimo Tim Robbins por su papel de excéntrico pacificador en la cinta de Fernando León Un día Perfecto, y que estaba sentado en las primeras butacas del teatro junto a la siempre espectacular Juliet Binoche.
La novia, ese interesante pero excesivo acercamiento al mundo de García Lorca y de su obra Bodas de Sangre, y el segundo film de Paula Ortiz, fue la gran perdedora de la noche. Con nada menos que doce nominaciones y siendo la gran favorita, sólo se llevó dos: el de Fotografía y el de mejor actriz de reparto a la veterana Luisa Gavosa. Lo que le sucede a esta cinta es que el espectador no llega a entrar del todo en ella, o le saca de ella, su excesivo recargamiento de formas, su continuo querer rizar el rizo, y por el tremendismo de casi todas sus escenas que ahogan al espectador.
La bellísima y maravillosa Inma Cuesta se quedó sin la estatuilla a la mejor actriz principal por protagonizar esta novia que se debate entre dos amores tan distintos, y la afortunada en ganarlo fue la gran favorita para todos Natalia de Molina por su estremecedor e impresionante trabajo lleno de verdad y autenticidad en la ópera prima de Juan Miguel del Castillo Techo y comida. De Molina que también estaba asustada y más que emocionada por el galardón, cuando su éxito para ella esa noche era ya sólo ver de cerca a Juliet Binoche que estaba nominada en la misma categoría por la cinta de Isabel Coixet Nadie quiere la noche. Natalia se ha convertido en una de las estrellas de nuestro cine, y con todo merecimiento. Es una joven que parece nacida dentro de una pantalla, con un talento natural incuestionable, y una sensibilidad y una ternura maravillosas. Es una actriz y una mujer encantadora, muy cercana, y llena de recursos que irá mostrando en su segura larga carrera.
Techo y comida es un retrato desolador de España
Techo y comida, que debería ser vista por todos los ciudadanos y altos cargos de este inverosímil país llamado España, un país que no acaba de cuajar como dice acertadamente un personaje de la cinta de José Luis Garci Dos de mayo, es un retrato feroz e inmisericorde de lo que pasa en la calle, de lo que ocurre en la vida real de un país con una crisis económica que no tiene fin y con una tasa de paro escandalosa. El sufrimiento de la protagonista, una madre soltera de un niño de seis años sin trabajo y sin apenas ayudas, que tiene mil dificultades para llevar una vida digna, acongoja e hiela la sangre al espectador desde la primera escena. Es una película crítica, muy necesaria, que pone en primer plano el mundo tan duro y tan estafador que nos rodea y que formamos. Quien no haya visto aún esta cinta neorrealista y rodada de manera tan esencial y directa, que corra a las salas o al dvd. No hay que perdérsela aunque resulte un plato amargo, lleno de espinas.
Otra cinta que no se fue de vacío fue Nadie quiere la noche. La película de Coixet se hizo con premios mal llamados menores, como Vestuario, la música de Lucas Vidal, maquillaje y peluquería, y el de dirección de producción. Una cinta muy cuidada y magistralmente interpretada, que cuenta una historia íntima, como todas las de su directora, una cinta de comprensión, de amor y de pérdida en medio de un infierno polar, un film de mujeres repletas de fuerza y sensibilidad. Merece mucho la pena.
En definitiva, fue una trigésima edición correcta, que no brilló en su ejecución en sus tres horas y cuarto de duración, pero que tampoco defraudó. Dani Rovira aprobó aunque para la próxima edición no estaría mal un cambio: en esta segunda vez como conductor de la gala no hizo nada que no se viese en la anterior.
Y lo que se agradeció fue el recordatorio del maestro Ricardo Darín al recoger su premio a los gobernantes: “A los señores políticos decirles que hagan algo por la cultura de una vez”. O los del Presidente de la Academia Antonio Resines en su discurso en buen tono pero sin dejar de ser certero, y que recordó que “el cine sí es cultura, y es un asunto de estado”. E hizo hincapié sobre seguir luchando contra la piratería, porque “en España se descargan cada minuto 1900 películas”. Es un dato horroroso, sin duda. Como también recordó la necesidad de bajar ese IVA abusivo al sector del 21%, y que no tiene sentido alguno. Todas estos asuntos son temas demasiado importantes como para olvidarlos. Pero la confianza en la labor de los políticos es nula. Habrá que esperar a ver lo que hace el nuevo ejecutivo que entre.
Para cerrar hay que desear lo que dijo Dani Rovira al final de la gala: “Buen cine para todos”. Eso es. Que el buen cine nos acompañe a todos en este nuevo año que se abre, tanto a los espectadores como a los que lo crean. Y el año que viene más Goyas.