Desde que estrenara su destacable cinta Volver, aunque no cuajada del todo, allá por 2006, protagonizada por Penélope Cruz y por la gran Carmen Maura, se le viene notando al cine del universal manchego Pedro Almodóvar un marcado y profundo sentimiento de tristeza, desolación y soledad. Con la excepcion de aquel intento de comedia loca y salvaje que fue Los amantes pasajeros, de 2014, el resto de cintas (Los abrazos rotos (2009), La piel que habito (2011) y Julieta (2017)) poseen un dramatismo sombrío y una oscuridad que no tenían sus filmes de décadas anteriores. Esto tiene relación con el momento personal y vital del propio director, que se ha convertido en un ser mucho más reflexivo y preocupado. Aún queda algo en sus últimas cintas del humor y de la chispa de aquel Almodóvar del siglo anterior y de principios de este, pero ya su mirada es otra.
Dolor y Gloria continúa en esa senda dramática. Y en ella, en un relato testimonial y crepuscular, y autobiográfico dentro de lo que cabe, cuenta la historia de un maduro y solitario director de cine encarnado por Antonio Banderas que lleva bastantes años en plena crisis sin escribir ni dirigir, apartado de todo, que sufre también de incontables padecimientos físicos, y que pasa las horas encerrado en su casa leyendo y, sobre todo, recordando su infancia y su juventud (el espectador es testigo de escenas de ese pasado), y echando mucho de menos a su madre, la cual tuvo una gran importancia en su vida y en su desarrollo personal y sentimental. Es también un director que tuvo mucho éxito en los ochenta y en los noventa, y al que aún el público recuerda; y por eso, en una retrospectiva de una de sus míticas películas que la Filmoteca le ha preparado, volverá a entrar con gente de su pasado que le hará salir un poco de su propia cárcel.
La cinta es un relato amargo y lleno de orfandad sobre el dolor, tanto físico como emocional; pero también una reflexión sobre el peso de la memoria, la importancia que tiene en todos nosotros. El film nos recuerda que, llegado a un punto, no somos más que eso: memoria; la melancolía de la memoria. El cineasta ha querido hacer en su película número veintitrés, su versión personal y con rasgos Bergmanianos de Ocho y Medio, aquella mítica cinta de Fellini, en la que se narraba la crisis de un director de cine encarnado por Marcello Mastroiani. También se podría apuntar la influencia, salvando las distancias, del personaje de La Gran Belleza, Jeff Gambardella, ese escritor irónico y decadente que no escribe, de la maravillosa cinta dirigida por Paolo Sorrentino.
Todo el mundo almodovariano tan reconocible está en Dolor y Gloria. El mundo de las mujeres, la figura tan importante de la madre, los amores pasionales, la homosexualidad, las drogas, el teatro, los personajes hipersensibles, la soledad, su libertad y su incorrección política, el amor por la literatura, el cine y el arte y su poder de salvación, la presencia de su humor tan particular (aunque aquí poco utilizado, y que está presente cada vez menos en su cine), la crítica contra el clero y la iglesia católica, el mundo rural y la salida de él.
Pero lo que ocurre con la cinta es que podría haber sido mucho más. Posee todos los ingredientes para que el director hubiera realizado una obra de mayor profundidad y calado, una de sus grandes películas. En cambio, el espectador contempla un filme que le resulta frío, al que le falta auténtica emoción y hondura, y que carece de la chispa y la genialidad de las más destacables obras de su filmografía. No deja de ser una obra interesante, pero no consigue otra cosa. Aunque es cierto que, tal vez, este relato nostálgico y existencial, desolador por momentos, sea lo más destacable de su cine desde aquella Volver.
Intérpretes: Antonio Banderas, Asier Etxeandía, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano.
Guion: Pedro Almodóvar.
Música: Alberto Iglesias.
Fotografía: José Luis Alcaine.
Duración: 108 minutos.