Intérpretes: Tom Hanks, Mark Rylance, Amy Ryan, Scott Shepherd.
Guión: Matt Charman, Ethan Coen y Joel Coen.
Duración: 135 minutos.
Muchos espectadores leerán el argumento o sinopsis de El puente de los espías y se les despertarán las ganas de verla. Está basada en hechos reales durante la guerra fría en los años 50 entre USA y la URSS. A James Donovan, un hábil y experto abogado neoyorquino, la CIA le encarga llevar la negociaciones para liberar a un piloto norteamericano que está prisionero en la Alemania Oriental y comunista. A cambio estos piden la entrega de un espía soviético que está encarcelado en suelo norteamericano.
Ante esto, y sabiendo que dirige el maestro Steven Spielberg, el espectador, digo, espera una cinta repleta de tensión, suspense, brío, acción, algo de drama y cierto humor. Toda una cinta trepidante y amena de espías, como también daba a entender el estupendo trailer de la película, porque hay material para entretener al espectador.
Pero el público no se encontrará esto.
Lo que sucede es que Spielberg no va por ese camino. Parece que prefiere seguir por la vía que ya practicó en su anterior cinta Lincoln, hacer un cine “reposado”, en el que los diálogos, los actores y los interiores sean lo principal.
El puente de los espías: decepción y aburrimiento
Y el resultado, como sucedió con la citada Lincoln, es que El puente de los espías se queda en un film técnicamente bien realizado e interpretado pero al que le falta vigor e interés. Spielberg ha plasmado asépticamente aquella historia real con un discurso pausado y no ha potenciado todas las posibilidades cinematográficas que podría tener el relato.
Así, la decepción sobreviene, en una cinta que se hace demasiado larga y que puede aburrir, y que como film que refleja y recrea unos hechos históricos, como documento didáctico, no alcanza más que la corrección.
Spielberg se está convirtiendo en un cineasta más íntimo, lejano a lo que el público espera de él.