El ritmo acelerado del día a día, el estrés y la falta de tiempo azotan cada vez más fuerte a la sociedad, generando en el organismo de las personas todo tipo de reacciones que pueden llegar a afectar a la salud. Es lo que se conoce como enfermedades psicosomáticas, producto de conflictos no resueltos que anidan en el subconsciente, o resultado de problemas emocionales diarios que no se saben gestionar correctamente.

Ser conscientes de la integración cuerpo-mente y propiciar una predisposición positiva a la hora de buscar soluciones son dos ingredientes básicos e importantísimos a la hora de mantener una buena salud mental y física. Neville Hodgkinson, activo investigador y corresponsal científico del Sunday Times durante muchos años dejó escrito que “los sentimientos de satisfacción y alegría promueven el equilibrio y la armonía de nuestra ecología interior. Una acción fructífera para hacer fértil la tierra. Por el contrario, los sentimientos de angustia y tristeza dejan a la tierra sin energía y sin capacidad productiva”.

 

Las enfermedades psicosomáticas afectan al 20% de la población mundial

Actualmente, se estima que las enfermedades psicosomáticas afectan al 20% de la población, y son cada vez más las ramas de la medicina que concilian el bienestar cuerpo-mente. Los avances en el terreno de la psicología y la medicina han llevado a destruir las fronteras que antiguamente dividían las enfermedades en físicas (somáticas) o mentales (psíquicas). Hoy día son muchas las terapias complementarias que tienen en cuenta el poder de la mente en la mejora y curación de trastornos físicos. Los estados de ánimo son una de las claves principales en el tratamiento de muchas enfermedades.

Enfermedades psicosomáticas

Una crisis emocional puede agravarnos una enfermedad.

Nuestro cuerpo y nuestra mente no funcionan independientemente. Del mismo modo que exteriorizamos el desánimo, la irritabilidad o la tensión en nuestro rostros, dejamos patente la ansiedad, la hiperactividad o la depresión en el ritmo cardíaco, en el aparto digestivo o incluso en la piel. ¿Puede, por ejemplo, una crisis emocional agravar un problema en un órgano? ¿Está realmente demostrado que una actitud relajada y positiva ante una enfermedad puede ayudar a controlar mejor sus brotes? Según los especialistas que aúnan en sus terapias tratamientos dirigidos al cuerpo y la mente, la respuesta es sí.

 

El estrés y los fracasos emocionales bajan nuestras defensas

Múltiples investigaciones han dejado patente la enrome incidencia de enfermedades entre aquellas personas sometidas a estrés y han demostrado que los individuos con mejor ánimo tienen a recuperarse mejor que otros afectados por la misma dolencia. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, el número de muertes provocas por úlcera gástrica y duodenal creció de una forma muy significativa cuando se intensificaban los ataques aéreos.

Las conclusiones de los principales simposios sobre Medicina Psicosomática coinciden en afirmar que situaciones cotidianas como la pérdida de un ser querido, el despido laboral, el divorcio, el fracaso académico y otros trastornos afectivos nos hacen más vulnerables a la enfermedad y nos desestabilizan provocando inmunosupresión. Es decir, el sistema inmunológico se hace más vulnerable y nuestras defensas se hacen más débiles, haciendo que nuestro organismo tenga más probabilidades de enfermar.

 

 Dolencias físicas agravadas por conflictos

Nuestra inmunidad suele verse amenazada por una gran variedad de enfermedades que se pueden agudizar por condicionantes psíquicos:

Enfermedades psicosomáticas

Los fracasos nos bajan las defensas.

Enfermedades de tipo tensional: son propias de personas activas que viven horas de tensión muscular sostenida. Algunas manifestaciones son la rigidez de hombros, cervicales y espalda, dolor en las mandíbulas, dolores de cabeza, jaquecas, migrañas, etc. provocados todos ellos por el agarrotamiento de los músculos como reacción nerviosa.

  • Trastornos gastrointestinales: sus dos manifestaciones más comunes y habituales son la úlcera péptica, cuyo tratamiento farmacológico no es eficaz si el paciente sufre estrés agudo, y el sídrome de colon irritable, ligado a pacientes con altos niveles de angustia, hipocondría o ansiedad.
  • Trastornos en la piel: aunque el factor hereditario es un gran condicionante, muchas reacciones cutáneas delatan ansiedad, tensión y depresión. Las más corrientes son la psoriasis, la dermatitis y los eczemas.
  • Trastornos cardiobasculares: la hipertensión arterial o las cardiopatías isquémicas son comunes entre personas impacientes o con mucho estrés, cuyo día a día es un reto profesional o social constante. En España se cifran cada año 100.000 nuevos casos de enfermedades coronarias.
  • Trastornos respiratorios: nuestra respiración se hace rápida y entrecortada cuando estamos nerviosos, que es justo lo que sucede en situaciones de respuesta emocional intensa, cuando se observan mayores ataques de asma bronquial, una dolencia que se viene relacionando con los perfiles de personas ansiosas o depresivas.
  • Diabetes mellitus: aunque no se ha demostrado que el estrés cause la enfermedad, sí está médicamente aceptado que incrementa los niveles de glucosa en sangre.

 

Enfermedades psicosomáticas

El estado de ánimo es decisivo en el avance de una enfermedad.

 

A cada personalidad, una enfermedad psicosomática distinta

Es evidente que no todos reaccionamos de la misma manera y con la misma intensidad ante un mismo trastorno emocional. La forma en la que lo hagamos dependerá, más que del sexo o la edad, de nuestra propia personalidad y carácter, y de nuestros hábitos y estilo de vida. Por este motivo, médicos y psicólogos clasifican a los pacientes según tres modelos o patrones de comportamiento siguiendo un esquema básico establecido por los investigadores y cardiólogos Friedman y Rosenmann en 1959:

  • Tipo A: personas impacientes, exigentes, competitivas, dominantes y agresivas que suelen trabajar largas horas sin descanso dada su perseverancia en le trabajo. En palabras de Friedman, “un complejo característico de emoción y acción que se halla en personas que luchan constantemente para alcanzar objetivos mal definidos en el más corto tiempo”. El principal hallazgo sobre este patrón es su estrecha relación con enfermedades del corazón, cardiopatías, hipertensión arterial e hipercolesterolemia.
  • Tipo B: personas estables, de vida relajada y carácter sociable, no competitivo y con cierta estabilidad emocional. A este grupo no se le ha detectado ningún riesgo patógeno particular, pero por desgracia también es el menos numeroso.
  • Tipo C: personas opuestas al patrón A. Se caracterizan por una cierta pasividad y conformismo. Son introvertidas y sumisas y se suelen sentir inseguras e incapaces de expresar sus emociones y sentimientos. También necesitan la constante aprobación de los demás. En ellas se aprecia claramente la predisposición a padecer infecciones, depresiones y cáncer.

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